by Carmen Álvarez.
Gabriel Rodríguez Arnabal es un chico muy joven enamorado de varias causas y con una vida multifacética que transcurre entre lo artístico y lo empresarial.
Hace unos años quedó prendado de una casona antigua, señorial y, en ese momento, casi en ruinas en la Ciudad Vieja de Montevideo, un barrio que se está convirtiendo en uno de los barrios estrella de la capital uruguaya.
Emprendió una titánica tarea de reciclaje hasta que, algún tiempo después, la residencia Acosta y Lara en homenaje a su arquitecto, recobró su antiguo esplendor y magnificencia, y hoy es un punto de reunión de gente afín a la conservación patrimonial y por supuesto el lugar donde Gabriel recibe a sus amistades.
Gente como él es, no solo un placer de conocer, sino que nos da la certeza de que todavía quedan en el mundo personas con sensibilidad, con amor a la historia de nuestro país, que cultivan la estética y la excelencia en todo lo que hacen.
Gabriel es fundador e integra además la Asociación Basta de Demoler que como su nombre lo indica, trabaja en pos de la conservación de edificaciones patrimoniales.
Por todo ello, invitamos a nuestros lectores a conocerlo, a conocer su residencia y a unirse a la causa de la defensa patrimonial ya que la misma no solo nos brinda identidad sino que nos perfila con características diferenciales para la captación de emprendimientos de todo tipo : artísticos, inmobiliarios, turísticos, y de negocios.
– Hace un tiempo que estás viviendo en una casa antigua de ensueño en la calle Buenos Aires de la Ciudad Vieja de Montevideo. La casa data de 1924 y tiene una historia fascinante. ¿Nos podés contar algunos puntos sobresalientes de esa historia?
Esta es una casa que desde que fue construida guarda mucho misterio e incógnitas para quienes la visitan. Fue mandada a construir por el escritor Manuel Acosta y Lara como su residencia principal en Montevideo. Su casa de verano está ubicada en Carrasco, el conocido chalet “Le Griffon”, justo detrás del hotel. El arquitecto Armando Acosta y Lara, hermano de Manuel fue quien estuvo a cargo de proyectar esta obra tan particular en Ciudad Vieja, inaugurada en el año 1924. Hay referencias en cada rincón de la casa a la arquitectura española, desde la fachada, hasta cada uno de los azulejos del jardín de invierno que fueron pintados a mano y traídos de España especialmente. Todo esos aspectos arquitectónicos están documentados, pero después aparece la otra faceta de la casa que es más misteriosa, que tiene que ver con todo el simbolismo que carga en varios elementos. Se dice que Manuel, además de ser masón fue alquimista. Ya nomás cuando te paras en la puerta principal, ves que la misma está coronada con unas piñas talladas en piedra. La piña como símbolo muy antiguo, está asociada al renacer espiritual, a la unión entre el cielo y la tierra, y también como símbolo representativo de la glándula pineal, o el tercer ojo como se le llama en varias culturas. Manuel vivió por unos 22 años en la casa, murió en el año 1946. Luego de eso pasó a remate y fue adquirida por otra figura muy peculiar de nuestra historia, que fue el Dr. Víctor Soriano.
Víctor nació en la isla de Rhodas y migró a Uruguay con su familia siendo niño. Pertenecía a la comunidad sefaradí y era una persona muy querida y respetada en su entorno. Con Clara, su esposa se mudaron a la casa y allí vivieron por más de 50 años. Víctor además de haber sido una eminencia de renombre internacional en el campo de la neurología, era un apasionado por la astronomía. Tanto que mandó a agregar un cuarto nivel a la casa para instalar su observatorio astronómico personal. Afortunadamente aún se conserva el telescopio y la cúpula del observatorio en perfecto estado. Por años en la planta baja, o piano nobile de la casa, funcionó en un sector, su consultorio privado. Allí atendió pacientes durante décadas. Como propietario del palacio fue fiel a la identidad del mismo y lo mantuvo prácticamente inalterado. Hasta los azulejos ingleses de mayólica y los pisos de mosaico en los baños se conservan al día de hoy gracias al doctor. No se dejó llevar por modas decorativas, que como todos sabemos, pasan de moda rápidamente. Como dijera Yves Saint Laurent: “Las tendencias pasan, el estilo es eterno”. Y esa fue en gran parte la consigna para volver a dar vida al palacio, que estuvo completamente cerrado por más de 10 años: conservar su identidad, sus terminaciones, acabados y también poner cuidado en la decoración. En definitiva es lo que termina siendo garantía de su conservación a futuro: que se conserven sus valores originales.
– ¿Cuál fue tu propósito al decidir vivir en ese especial e histórico barrio que es la Ciudad Vieja? ¿Qué te atrae del barrio y del entorno?
Tomé la decisión hace dos años, después de mucho tiempo trabajando en la reconstrucción del palacio y concurriendo de manera diaria le tome mucho aprecio. Para mi sorpresa me encontré con un barrio muy cosmopolita, donde vive gente de todo el mundo y sobre todo en los meses de verano, caminar por la calle y escuchar conversaciones en inglés, francés, italiano, portugués, etc.
Yo vivo una parte considerable del año viajando, donde mucho de este tiempo lo destino en Europa, donde me siento como en casa; Ciudad Vieja es un lugar que me remite a esta sensación de arquitectura, gente de todos lados, las cafeterías, los ejecutivos caminando con sus maletines, traje, zapatos y corbata, las chicas con tacos, todo eso que no es tan usual en nuestra cultura cotidiana.
Por otro lado, además de ser el polo financiero de Montevideo, donde están las instituciones bancarias, instituciones internacionales y muchas empresas de diversa índole, están gran parte de las galerías de arte de gran trayectoria nacional e internacional, anticuarios, y sus peculiares habitantes, los que están desde hace muchos años y los que somos nuevos.
– Contanos tu proyecto de convertir a la Ciudad Vieja en el barrio más atractivo, más deseado de la ciudad y cómo pensás lograrlo.
Mi proyecto se basa en la la revitalización del casco histórico de Montevideo, la Ciudad Vieja. El mismo comienza con mi experiencia personal, como ejemplo en la vida de otras personas que estén decidiendo vivir en Ciudad Vieja; personas con sensibilidad, osados, con ganas de un cambio.
Este proyecto consta de tres aspectos: El primero es el social y filantrópico, captando personas que tienen la posibilidad de tomar mi mismo camino viviendo en un barrio de valor patrimonial y cultural, salvando y preservando la historia que guardan sus paredes.
El segundo aspecto es un plan económico para la revitalización del casco histórico con inyecciones de capital extranjero, gracias a mis vínculos con el exterior, principalmente de países europeos, que es con quienes más encuentro un vínculo común, una compatibilidad en la valoración de las cosas; por ejemplo, el del patrimonio arquitectónico. Por un tema de educación, el uruguayo no valora de la misma manera por ejemplo, la riqueza y belleza de vivir en un palacio de época. Tal vez teniendo la posibilidad, prefieren invertir en un apartamento en los principales barrios costeros.
El tercer punto a destacar de esta revitalización de la Ciudad Vieja, es el político. Necesitamos políticas que eduquen e incentiven la centralización del punto histórico más relevante de nuestro país. Estamos padeciendo una desvalorización de nuestra historia, de nuestro patrimonio. Este aspecto sí o sí lo tiene que atacar el sistema político.
Este proyecto para mí es muy importante sobre todo, porque tengo un legado familiar que seguir adelante. Mi bisabuelo, Numa Pesquera, fue un empresario y filántropo muy influyente para la historia cultural y deportiva de nuestro país. Integraba varios directorios de fábricas nacionales; Aceitera Uruguay, Fábrica Nacional de Cerveza, Cristalerías del Uruguay y formaba parte del directorio de la Cámara Nacional de Comercio. Fue promotor de algunos proyectos en Montevideo a principios de siglo, como el Plan de Urbanismo de la Ciudad en 1930 junto a José Serrato, Baltasar Brum, Alejandro Gallinal y Horacio Mailhos. También se le atribuye la promoción del emprendimiento del Estadio Centenario entre otros.
– ¿Cómo te definirías en tu faceta laboral, como un emprendedor o como un defensor del patrimonio y del arte?
Yo me defino como un artista, que en este momento de mi vida puntualmente me dedico al arte de los negocios, al arte del desarrollo comercial inmobiliario. Considero que el empresario es un artista, más aún cuando uno se dedica a algo que tiene que ver tanto con el romanticismo y con tanta pasión volcada.
Hoy me perfilo a seguir armando actividades y negocios vinculados a asociaciones que patrocinan el arte y el patrimonio, las galerías, los museos; mi hilo conductor va siempre por ese lado. Me considero un visionario. Este proyecto puede llevar muchos años, pero sé hacia donde voy.